Ya no hay explicación posible que sirva para entender este momento de Quilmes. Después del parate, de una buena pretemporada y algunos signos de cambio en su juego… el equipo se encargó de echar por tierra toda clase de optimismo en noventa minutos. Espantoso partido del elenco dirigido por Sciacqua, ante un limitado rival como Flandria, pero que hizo un más que correctísimo papel en el Centenario. Encima, hubo un penal señalado por Alvarez que dejó dudas.

Lo que pasó en los primeros sesenta segundos fue apenas un espejismo: una jugada bien coordinada por la izquierda, terminó en un centro pasado para que la bajen de cabeza al medio y le quedara a Caneo que disparó y provocó una buena tapada del arquero Ruggiero. Pero fue eso solamente. Los minutos siguientes lo vieron a Flandria en posesión del terreno y el balón y en ese insistir con ciertos miedos, tuvo su recompensa cuando el árbitro sancionó penal ante un posible agarrón sobre Pons en el área. Su compañero de ataque, Sebastián Matos, lo cambió por gol.

A partir de ese momento, la historia fue otra. Las convicciones y la confianza se fueron al tacho y Quilmes volvió a parecerse al de gran parte del certamen. Dubitativo, errático, confuso, sin claridad, falto de ideas. En síntesis, el pero panorama futbolístico para un conjunto que llegaba con la intención de romper barreras, alcanzar el resultado esperado y congraciarse con su gente.

Todo esto fue aprovechado por el rival que, como lobo sediento olfateó la escena y volvió a pegar en otro momento clave. Fue en el arranque del segundo tiempo, cuando Pons continuó con la presión y aprovechó el muy mal pase dado por Albarracín a Trípodi, para meter el pie y batir la valla por segunda ocasión. Antes de eso, había pocas señales de mejoría, después de esa circunstancia fatídica, el golpe fue casi de nocaut.

Lo intentó a los ponchazos y tuvo una muy clara, cuando Max se metió hasta el borde del área chica y su centro se desvió en un defensor para que la pelota dé en el palo. Quizás, en este momento tan emocional que vive el Cervecero, hubiera sido un impulso para ir al frente. Lo cierto es que la visita siempre estuvo bien parada y casi no cometió errores, que terminan justificando el resultado.

Quizás haya sido el mazazo más fuerte de la temporada, que se siguen acumulando en medio de años a puro tropiezo. Y justamente, esa es la mochila que hoy le pesa tanto y no deja recuperar a este conjunto que, encima, tiene muchas carencias propias. Pero ya no hay tiempo para lamentos ni justificaciones. Increíblemente, la chance de un nuevo descenso empieza a estar a la vuelta de la esquina. Es hora de reaccionar.