Quilmes no puede salir de la mala racha. Más allá de tener que transitar esta parte del campeonato con sus limitaciones a cuestas, los dirigidos por Omar De Felippe hicieron meritos suficientes para quedarse con el triunfo, ante un pasivo rival como Belgrano, al que poco le importó la oportunidad de quedar como líder y se aferró permanentemente a una postura cuidadosa. Pese a su alarmante falta de gol, el Cervecero había logrado ponerse en ventaja a través de una apilada de Cauteruccio, pero no tuvo tiempo para disfrutarlo y enseguida Farré igualó la historia con un zapatazo de otro partido.

Queda a la vista que la suerte lo ha abandonado en el último tiempo al QAC. Hace un par de semanas atrás, ese bochazo que terminó en el tanto del empate, en otra época se iba afuera, pegaba en el marcador o la sacaba el arquero pero nunca se hubiera incrustado en la red. Y si encima a esto, el equipo le agrega una buena dosis de deficiencias propias, el resultado final es el actual: seis partidos sin poder sumar de a tres.

Claro que, a la hora del balance final, el compromiso ante un encumbrado como el Pirata cordobés, poco tuvo de lo pensado o imaginado en la previa. Porque sin haber podido contar con Caneo (nos e recuperó de su lesión), el local tuvo a un escurridizo Chirola Romero, que a su manera intentó llevar adelante al equipo, porque Cobo por primera vez fue patrón de la mitad de la cancha durante grandes tramos del juego y porque hubo voluntad en la gran mayoría para ser superior a un adversario al que s ele temió más de la cuenta.

Fue sorprendente lo de Belgrano. Nunca se le movió un pelo y siempre tuvo en claro cual era su objetivo fundamental: no había que perder, el resto si llegaba mejor, pero tampoco se desesperarían por conseguirlo. Al punto que el Ruso Zielinski movió las fichas después de la desventaja en el tanteador, pero con el empate inmediato, volvió a rearmar la mitad de la cancha para no darle ventajas al rival.

Como viene sucediendo en estas últimas jornadas, la claridad conceptual y futbolística volvió a ser una carencia indisimulable para Quilmes, que pese a todo, encontró la forma de crear un par de jugadas claras de gol. Pero, la definición y el acierto a la hora de la puntada final, no es un fuerte por estos tiempos, y menos para sus delanteros. Por eso, no sacó una ventaja más rápida.

De cualquier manera, el gol llegó. Una avivada del entrenador, que lo apuró a Garnier para hacer un lateral, ya que Cauteruccio tenía espacios para avanzar. Y el uruguayo tomó la pelota y fue, a veces con la fortuna de algún rebote de su lado, pero terminó armando un jugadón que coronó con un remate de cachetada al segundo palo. Parecía que la historia podía cambiar…

Pero no hubo demasiado tiempo para similar ese momento. Y apenas cinco minutos más tarde, cuando no sucedía nada, Farré (el mismo del gol en el Monumental que significó el descenso de River) sacó un disparo desde 25 metros que se clavó por atrás de Trípodi. Baldazo de agua helada y la justicia a otra cosa.

A partir de ahí, Quilmes sufrió el golpe y le costó meterse de nuevo en partido. Recién sobre el final y yendo A la carga Barracas logró apretar a la visita, que mostró la fuerza suficiente para defender el puntito. Entonces, el Centenario volvió a llenarse de bronca y lamentos. Bronca porque el equipo, sin jugar bien, mereció algo más. Lamentos porque sigue sin ganar y teniendo en cuenta lo que se le viene por delante, la falta de puntos comienza a transformarse en un mal que puede pagarse a futuro.